No soy más que un niño pobre, aunque mi historia apenas se cuente. Eché a perder mi entereza por un puñado de palabras; así son las promesas: todas burlas y mentiras. Pero el hombre oye lo que quiere oír y no hace caso a nada más.
Sin pedir más que un jornal de obrero vine buscando empleo, pero no recibí otra oferta que la invitación de las prostitutas en
Ahora acomodo mi ropa de abrigo y deseo haberme vuelto, haber vuelto a casa, donde los inviernos newyorkinos no me desangren ni me empujen a volver, a volver a casa.
En un claro se alza un boxeador y luchador de oficio. Lleva consigo las marcas de cada puño que lo lastimó o lo arrojó al suelo, hasta que la furia y la vergüenza le hicieron gritar: “Me marcho, me marcho." Pero el luchador perdura.
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